
Cuando se exhibe como personaje mediático, se convierte en un entrevistado creativo, generoso, articulado, dispuesto a todo y que jamás elude las preguntas complicadas. Creo conocerlo bastante, como para afirmar que Miguel Juan Sebastián Piñera Echenique es, sobre todo, un travesti.
No sólo por el detalle patético de que usa tacos altos, se somete a cirugías estéticas –cualquier día se pone tetas- y se pasea por los canales de televisión con un estuche de cosméticos en la cartera.Piñera es un travesti en el plano social. Creció en una familia de estricta clase media, que no tiene la cultura de su padre, ni el encanto deschavetado de su madre, y desde temprano mostró tendencia al arribismo. Siempre soñó con tener estatus.
Sus compañeros del Verbo Divino lo recuerdan como un alumno competitivo, obsesionado con los primeros puestos, tener acceso al poder económico, codearse con los chilenos de estirpe, comprarse una identidad aristocrática. Era entrador, práctico y realista.
Captó que carecía de la brillantez intelectual de su hermano José y que le costaba sofisticar sus gustos y modales más allá de lo cosmético, pero se hizo millonario gracias a la dictadura de Pinochet, a través de negocios especulativos, sin haber creado fuente de trabajo alguna y profitando de las obscenas reglas laborales impuestas por su hermano ministro, regalón del tirano.
Le gusta rodearse de mujeres atractivas, como Pía Guzmán –antes de la debacle-, Lily Pérez, y, sobre todo, la estupenda Carmen Ibáñez. Eran íntimos amigos, inseparables, veraneaban juntos incluso, hasta que algún acontecimiento misterioso quebró esa cercanía.Piñera es un travesti en el plano de los negocios. Era gerente general del Banco de Talca cuando éste quebró estrepitosamente.
No debe haber sido muy brillante su gestión, pero, entonces, administraba la plata de otros. Es un experto en fusionar empresas y volverlas monopólicas, obteniendo así elusiones tributaria al absorber las pérdidas de unas con las utilidades de otras.
No es un conocedor del arte ni de otras disciplinas, prefiere los best-sellers a lecturas más complejas. Para él, toda buena idea debe caber en una hoja tamaño carta y se siente más cómodo en escenarios superficiales y frívolos.Piñera es un travesti mediático.
Convencido de que es el Berlusconi del tercer mundo, el candidato del neoliberalismo es uno de los máximos personajes de la farándula nacional, y al mismo tiempo abomina de ese género e intenta "domesticarlo".
Adquirió un canal y se compró unos cuantos ejecutivos de la industria televisiva con el objeto de que apoyen centralmente su campaña. Para él, los medios de comunicación deben usarse como difusores del pensamiento único, conservador, retardatario, consumista, xenófobo y arribista, todo lo que considera "moderno".
Entiende como fundamento de la sociedad democrática, que los ciudadanos son consumidores.Cada individuo elige los bienes que puede comprar, así como elige a sus representantes en el gobierno, en el parlamento y en el municipio.
Ahora usa su canal para posar de estadista, serio y profundo, cuando en 1992 todos fuimos testigos del bochornoso episodio en que insultaba de la manera más vulgar a su correligionaria Evelyn Matthei y complotaba contra ella usando un vocabulario muy poco caballeroso.
Piñera es un travesti político. Dice que votó por el NO. Pero su mayor rasgos de travestismo consiste en haber sido pinochetista, desde 1973 hasta 1988, para luego, transformarse, según él, en "humanista cristiano".Pero entonces no entregó su aporte a la construcción de la democracia, sino que asumió como entusiasmo la candidatura de Hernán Büchi, como Jefe de Campaña del continuismo dictatorial.
En 1995 promovió la amnistía de los crímenes de la dictadura y en el 2005 los militares en retiro apoyaron su candidatura tras recibir su compromiso de aplicar la prescripción de los asesinatos políticos.
Voltereta sobre voltereta, este pinochetista arrepentido, ahora ha vuelto a valorar los supuestos méritos del régimen militar. La inconsistencia parece ser el sello personal de Piñera. Su sed de dinero, posición y poder lo han transformado en una caricatura de sí mismo, un pelele sonriente que vende una pomada jabonosa, contradictoria y oportunista.
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